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La Lima de la revocatoria. Un análisis del poder.

Publicado: 2013-02-12

Cuando lo lógico es lo más difícil.

Hemos hablado ya de la estrategia de campaña por el NO y las razones por las que deberíamos optar por esa alternativa. Pero si queremos entender lo que está pasando en Lima es preciso hacer algo diferente: estudiar la coyuntura para dejar la coyuntura, detenernos un momento a pensar lo que nos dice de la sociedad expresada en ella.

Para ello comencemos con un razonamiento lógico que puede sonar trivial pero que nos permite desembocar en una pregunta inevitable:

Si lo que está pasando en Lima lo entendemos como una coyuntura política -porque las fuerzas políticas se están alineando en torno al SÍ o al NO-, y como la política no es otra cosa que la expresión activa de la competencia por el poder en torno a lo público, cabe preguntarse cómo entender las relaciones de poder que están en la base de esta coyuntura.

Tenemos la siguiente pregunta al frente, especialmente difícil: ¿cómo entender el poder en Lima?

Responder con rigurosidad esa pregunta excede al formato de un artículo como éste. Sin embargo, veamos qué podemos ir encontrando y qué preguntas se van perfilando.

Las interpretaciones más comunes.

Una interpretación muy difundida es que Susana Villarán es atacada por la derecha por ser de izquierda. A esa dicotomía suele hacérsele una extensión usual para completar la escala: hablar de centro izquierda o centro derecha; y se le añade también una identificación de tendencias ideológicas, aunque con poca variedad: liberales-democráticos y no liberales-democráticos.

Así, Villarán en algunos análisis representa la posibilidad de que la izquierda demuestre que puede gobernar y un primer paso hacia la reconstrucción histórica de una izquierda casi inexistente en la actualidad.

Otros añaden a la anterior afirmación que Villarán es la expresión liberal dentro de esa izquierda y que, en tanto es así, es posible que nuclee a su alrededor a las fuerzas liberales también de centro-derecha.

Distribuidas así las etiquetas, si ella tiene enemigos –como queda claro que los tiene con esta revocatoria- éstos provendrán de la derecha, y como es de una centro-izquierda liberal, entonces provendrán de la derecha no liberal, ergo, no democrática.

Esta lectura es probablemente la más extendida. Siguiéndola es que en los grupos de izquierda está presente no sólo la máxima de hacer campaña por el NO, sino de cerrar filas en el respaldo a Villarán. No obstante, considero que es una lectura equivocada, una interpretación errónea para el análisis y para la acción.

Más allá de la división izquierda / derecha.

Susana Villarán difícilmente pueda ser considerada de izquierda. Si bien postuló con una confluencia de izquierda, no dudó en deslindar de sus aliados ante las críticas de la prensa. En las elecciones presidenciales, el candidato de su partido, Rodríguez Cuadros, fue enfático al afirmar que hay sólo una economía posible y esa es la de mercado. Incluso, en esta coyuntura tiene el respaldo del PPC, Perú Posible, Acción Popular y la CONFIEP.

De hecho, al margen de calificar de buena o mala su gestión, en términos políticos su propuesta no tendría por qué serle incómoda a la derecha. Sin embargo, tiene poderosos enemigos de derecha que quieren revocarla, y en ellos se apela constantemente –en honor a su histórico anticomunismo- a “cerrarle el espacio a los caviares”, “impedir que la izquierda crezca y se apodere de Lima”, etc.

¿Cómo entender esta situación peculiar en la que tenemos una alcaldesa que no es de izquierda pero que es atacada como si lo fuera?

A romper los moldes y los espejos.

Considero que la división izquierda-derecha, esperable en una concepción liberal de un régimen político democrático, es muy pobre para entender la lógica del poder en Lima. Sigue siendo pobre si agregamos un amplio y amorfo centro, y el esquema tampoco se salva con una división entre lo formal y lo informal, o lo institucional y lo no institucional.

Si buscamos partidos políticos, alineaciones del electorado en posiciones de una escala  izquierda-derecha e instituciones políticas formales bien constituidas, no hacemos más que tratar de encorsetar la realidad peruana -y en este caso la limeña en particular- en un molde europeo o norteamericano. Nos vemos en su espejo y no podemos comprender que el reflejo sea diferente.

Con eso en mente podemos discutir hasta el infinito sobre por qué no funciona la democracia acá o qué sería necesario para que funcione, y ni siquiera acercarnos a un análisis de la estructura de poder real en nuestra sociedad y su correlato institucional (entendiendo lo institucional como formas de ordenar las conductas y las situaciones sociales, algo que va más allá de lo normativo positivo, más allá de leyes y reglamentos).

En Lima lo formal e institucional no es la regla, sino la excepción. Entender el poder fuera de esos marcos nos obliga también a entender la política fuera de ellos. Pero para lograrlo es preciso que también desplacemos nuestro punto de enunciación.

Si nos ubicamos en la órbita formal/institucional no pasamos de constatar que hay un gran entorno que es su negación. Podemos incluso llegar a notar que esa negación es lo común, lo extendido, pero no pasaremos de darle un carácter residual.

Diremos, pensando en el Perú: somos una democracia pero somos más autoritarios que demócratas en nuestras prácticas, hay leyes pero la corrupción la vemos a diario, hay derechos de propiedad pero nadie se ruboriza con la piratería, hay derechos en el papel pero ciudadanos de segunda y de tercera, hay elecciones pero gobiernan los que no ganaron, etc.

El mundo al revés. Frustración y más frustración. Hemos comprado el espejo pero nos han estafado, no da el reflejo que queríamos. Caeríamos en el problema de la idea de “desborde popular” que propuso José Matos Mar: todo lo no oficial es parte de un caótico desborde.

Pero, ¿y si nos ponemos del otro lado? En el caso de Lima es necesario hacerlo.

¿Qué se derrumbó y qué se reconstruyó?

En las aguas revueltas de la década de 1980 confluyeron, expresadas en múltiples crisis (económica, de seguridad, de representación), el colapso del modelo de orden que trató de construir el gobierno militar y el derrumbamiento –hoy parece que no definitivo- de las ficciones ideológicas e institucionales que elaboraron desde el siglo XIX la oligarquía y la intelectualidad criolla.

Lima fue, sin lugar a dudas, escenario privilegiado de estos procesos. ¿Qué vino después en términos de orden social (por lo tanto de estructura social y de entramado institucional)?

Lo que vino luego estuvo lejos de ser una refundación que supere las contradicciones que estallaron en esa llamada década perdida y tampoco partió del llamado Perú real.

La nueva estabilidad lograda se acomodó al resultado de esas crisis. Los grandes poderes económicos, como antaño con una predominancia extranjera, construyeron a través de Fujimori un orden jurídico y una estructura estatal a la medida de sus intereses; y el caótico escenario post-crisis a nivel social fue consolidándose como un orden particular.

En ese orden podríamos identificar prácticas organizadas en instituciones sociales, pautas de conducta que no tienen por qué ir de la mano con la ley o el discurso público de lo correcto pero que resultan funcionales a esos arreglos institucionales, y también podríamos identificar qué relaciones de poder se tejen dentro; es decir: cómo se distribuye la utilización de los recursos disponibles y qué papel tienen la acción política y el Estado al respecto.

El capital y el trabajo, la autoridad colectiva estatal y social, la formación de la opinión y las prácticas culturales, etc. podrían entenderse desde dentro de ese orden, procurando analizarlo tal cual es, no como quisiéramos que sea.

Una hipótesis: el poder como red.

Pensemos en el poder, motivo de este artículo. ¿Cómo se organizan, entonces, las relaciones de poder en torno al Estado? La forma que predomina aparentemente es la red, no la organización social con fronteras delimitadas y objetivos explícitos, como se esperaría desde una perspectiva pluralista anglosajona.

Estas redes podrían entenderse como vínculos entre grupos, individuos, organizaciones sociales (incluidas las organizaciones económicas), partidos políticos, etc., que atraviesan constantemente los límites entre lo legal y lo ilegal, lo formal y lo informal y lo público y lo privado.

Y en ellas circulan recursos, siendo uno de ellos el poder formal del Estado. Aquello le da una cuota de poder a los liderazgos y agrupaciones que podrían facilitar el acceso al aparato público a través de algún triunfo electoral, pero no sería el único acceso.

Así, entonces, se combinan accesos al Estado como la corrupción de pequeña y gran escala, con accesos mediante el poder político formal, en el que compiten por ser cabeza de red distintas agrupaciones.

Finalmente, como la forma predominante en que circulan los recursos sociales –entre ellos los que podría proveer el Estado- es la red y aquello implica vínculos personales directos, no es de extrañar que el clientelismo político tome la forma del mecanismo más extendido de inclusión social, una inclusión selectiva y dependiente.

La oposición a Villarán y la revocatoria.

Entonces aparece Villarán y no se acopla a ninguna de las redes fuertes, dificulta el acceso de las redes existentes a los recursos del Estado a nivel municipal y se enfrenta a algunas cabezas, o nodos, que tienen un gran poder y, por lo tanto, gran capacidad de resistencia.

Investiga el escándalo de Comunicore y la gestión de Castañeda, y amenaza con cortar o disminuir las cuotas de poder de grandes capitales informales que se han hecho fuertes en las últimas décadas, en este caso en el transporte público (sobre todo los empresarios que han lucrado con la tercerización) y la comercialización mayorista de alimentos (donde se mueve una cantidad inmensa de dinero, al tratarse de una ciudad de 8 millones de personas).

Esas cabezas de red han movido sus cartas, han puesto en acción sus recursos y no por casualidad han juntado a las fuerzas políticas que mejor se han acomodado a la lógica de ese orden, que en ese sentido han sido los “más pragmáticos”, que han comprendido la lógica del poder en una ciudad como Lima y, en gran medida, en un país como el Perú. Esos partidos son el APRA, el fujimorismo y Solidaridad Nacional. Los más corruptos pero también los que tienen las bases más sólidas en los sectores populares de la capital, los que la han entendido mejor.


Escrito por

omarcavero

Licenciado en Sociología y Magíster en Economía. Docente en la PUCP. Militante del Movimiento Socialista Emancipación.


Publicado en

Lo estamos pasando muy bien.

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