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Caricaturas del marxismo

Publicado: 2013-03-15

El artículo que escribí la semana pasada suscitó dos reacciones: de Luis Gárate y Luis García. La primera complementa algunas ideas vertidas y sostiene que para entrar al debate sobre la izquierda y su construcción, es necesario tener como centro la acción política organizada.

Concuerdo con Gárate y reafirmo mi posición: lo que hay que hacer no puede hacerse desde una actitud contemplativa. Debe hacerse desde la acción, y ésta debe efectuarse de forma organizada, enlazando el trabajo práctico y el reflexivo.

Pero en este artículo quisiera concentrarme en comentar la reacción crítica de Luis García y aprovechar para aportar algunos elementos nuevos al debate, esta vez en relación a los sentidos comunes existentes sobre el marxismo, algunos de los que el autor adopta.

Entre ellos quisiera analizar dos: que la estructura económica explica todo lo social y que todos los conflictos se reducen al antagonismo de clase.

Luis García y su batalla con los fantasmas

García cae en un problema típico, sobre el que he tenido ocasión de escribir (véase sobre todo el punto 4): dialoga con un contrincante imaginado, con una caricatura a la medida de sus argumentos.

Aparentemente él intuye que está a punto de caer en este error cuando señala que intenta “esclarecer” mi posición y plantear preguntas provocadas por mis “premisas implícitas”.

Si bien buscar afirmaciones implícitas puede ser una estrategia contra-argumentativa válida, resulta un problema cuando los prejuicios que tenemos sobre un tema terminan por sobreponerse al análisis serio de lo que queremos criticar.

Así, antes que discutir con un texto, discutimos con los fantasmas que ya nos rondaban.

Quizá este problema se gesta dentro de su respuesta cuando afirma que el objetivo de mi artículo era defender la teoría marxista.

En sentido estricto, lo que yo sustenté es que la izquierda necesita recuperar una base teórica que le permita realizar un análisis sistémico de la realidad social pues así podrá tener una visión de conjunto: del orden social y sus mecanismos de reproducción en el tiempo. Eso no es una defensa del marxismo pues bien podría haber otra teoría que cumpla ese rol.

Asimismo, decir que la izquierda hizo del marxismo su teoría central y luego la abandonó de forma acrítica sin llenar ese vacío con nada, y que por ello convendría revisar en serio la teoría marxista, tampoco es, en rigor, desplegar una argumentación en defensa del marxismo. Es una argumentación sobre la necesidad de su revisión.

Pero él no nota estas diferencias y aquello lo lleva a buscar argumentos míos en una dirección de defensa marxista. Así, como no encuentra nada en esa línea, toma lo que “parece” ir por ahí y lo complementa con estereotipos cómodos.

Señala, por ejemplo, que yo considero que la única teoría correcta es el marxismo –algo que no hago-, que todas las demás teorías son funcionales al sistema –tampoco lo digo- y que como el marxismo es lo único verdadero éste no necesita ser probado. Deducción lógica brillante, pero lamentablemente surgida de premisas falsas. Un veinte que se convierte en cero dos.

Asimismo, como no encuentra en mi artículo más afirmaciones sobre la teoría marxista que una breve alusión al materialismo histórico y la centralidad ontológica que da esta perspectiva filosófica a la producción de medios de vida, no le queda más que asumir que yo caracterizo al marxismo tal como él se lo imagina.

Entonces rebusca en su imaginación y afirma que el marxismo: i) explica todo desde el análisis del modo de producción dominante, ii) cree que todo lo no-económico es una superestructura que refleja la estructura productiva y iii) considera que el orden social imaginado es siempre el mismo: no está sujeto a la contingencia y por lo tanto la investigación empírica es un ejercicio ocioso.

¿De dónde salen esas afirmaciones? No salen de ninguna lectura seria de Marx ni, como puede verse, de mi artículo.

¿Cómo llega Luis García a ellas?

Lo hace apelando a ideas falsas sobre el marxismo que se han convertido en sentidos comunes incluso dentro de la academia y que apuntan a mostrar al marxismo como una teoría chata y dogmática.

Por supuesto, ha habido esas versiones del marxismo, pero están lejos de representar el pensamiento de Marx y de agotar las posibilidades teóricas que éste abre.

¿La economía determina todo lo demás y la lucha de clases es el único conflicto?

Abordemos ahora dos de los estereotipos existentes sobre el marxismo, presentes también en el texto de García. Para su análisis me centraré en la exposición de la concepción materialista de la historia, base del materialismo histórico, que realizan Marx y Engels en La Ideología Alemana.

Asimismo, por cuestiones de espacio y por no tratarse de un texto académico, el acercamiento será preliminar y usando un lenguaje simple, aunque no por ello menos riguroso. Sucede que estos temas pueden ser un poco densos. Por último, se trata de mi lectura de Marx y Engels, que, en efecto, no es la única posible.

Comúnmente se cree que el marxismo plantea que todo lo social es explicado por la economía. Algunos denominan a este problema “determinismo económico” y se sustentan en dos de los pasajes más citados de la obra de Marx, uno en el que señala que “el ser determina la conciencia” y otro en el que afirma que el modo de producción es la infraestructura que determina la “superestructura jurídica y política”.

Ambas afirmaciones han tendido a ser tomadas de forma aislada y como una argumentación dirigida a sustentar que las condiciones materiales de existencia de los seres humanos –la forma en que producen sus medios de vida, el modo de producción- da como reflejo suyo las ideas dominantes de una época, sus instituciones sociales, sus actores políticos, la forma de su Estado, etc. Sería, de acuerdo a esta interpretación, una relación causal: X causa Y; donde X es la economía e Y es lo demás.

No obstante, lo que Marx y Engels dicen es algo diferente. Tratemos de reconstruir brevemente su argumentación.

Es falso decir que todo lo social es reflejo de la economía

Ellos señalan que el ser humano para poder hacer historia debe existir corpóreamente y aquello implica, necesariamente, que produzca sus medios de vida. En palabras sencillas: debe haber personas vivas para que haya sociedad y para que haya historia, y esas personas necesitan hacerse de los medios para seguir viviendo.

Como el ser humano proviene siempre de otros (fue procreado) y vive con otros (es social), esa relación productiva con la naturaleza es, a su vez, una relación entre las personas a propósito del trabajo productivo; es decir, implica un modo de cooperación social. Éste puede contener antagonismos o no; ello dependerá de los criterios de apropiación de lo producido.

Dicho sea de paso, uno de esos criterios es la apropiación privada vía mecanismos de mercado, pero no es el único que existe, ni que ha existido ni tampoco podría afirmarse que es el único que existirá en el futuro.

En ese razonamiento aparece el modo de producción, que puede ser caracterizado como el conjunto de relaciones sociales organizadas a propósito de la producción (relaciones sociales de producción), las capacidades productivas de la sociedad (fuerzas productivas) y los niveles de diferenciación que se gestan en las diversas actividades asociadas (división social del trabajo). Tendremos, nuevamente, muchos modos de producción posibles: comunitario, esclavista, feudal, capitalista, etc.

Acá llegamos a lo que nos interesa: ¿qué sucede con lo que las personas piensan, con sus expresiones culturales, con sus intereses políticos, con la religión, con el Estado, etc.?

Marx y Engels dirían que todo ello no es “reflejo” del modo de producción. Pero si tiene un carácter relativamente permanente en la sociedad, no puede estar en contradicción con el modo de producción vigente.

Por ejemplo, una sociedad capitalista, que tiene como eje la propiedad privada y el interés privado, no podría tener como forma de Estado predominante una que contenga en su orden jurídico una prohibición de la propiedad individual, ni tampoco como patrones morales extendidos una censura contundente al interés individual.

¿El Estado moderno es, entonces, reflejo inmediato del capitalismo? No: podría ser cualquier otro tipo de Estado, siempre que no entre en contradicción con la acumulación capitalista.

¿El consumismo es reflejo inmediato del capitalismo? Tampoco: podría ser otro tipo de comportamiento social, siempre que no niegue la actitud básica de las relaciones de mercado, que es el interés individual.

Del mismo modo, la sociedad feudal no tenía que ser necesariamente tan religiosa, ni en la organización comunitaria Inka debía rendirse culto al Sol como efecto inmediato de la producción comunitaria basada en el Ayllu.

Esta no contradicción es clave pues permite contar con un criterio objetivo para analizar las distintas formaciones sociales en sus diversos momentos.

Lo objetivo radica aquí en el modo de producción pues éste se expresa siempre en una materialidad tangible, sea como producto, como tecnología, como distribución poblacional, como organización del trabajo, como conexiones comerciales, etc. (Por cierto, no se está afirmando que la objetividad sea el único criterio de verdad posible: eso es otro debate).

Y ese criterio es un primer paso para transitar luego al análisis de las representaciones sociales: la dimensión simbólica-institucional de la realidad social.

Llegados ahí, el análisis se ve obligado a ser interpretativo, lo que lo hace más fácilmente sesgado por la subjetividad del investigador. Para enfrentar ese riesgo, un apoyo importante es contar con una perspectiva epistemológica (cómo conocer) y ontológica (cómo explicar lo que existe) que nos sitúe en un terreno seguro.

En esa línea, el materialismo histórico provee un terreno que obliga a considerar la actividad social material, que es tangible, y que Marx y Engels consideraban que era más sólida que supuestos metafísicos sobre la existencia de una sustancia racional o una naturaleza humana esencialmente buena o mala.

Por ello resulta falso creer que el marxismo –si se lo plantea desde el materialismo histórico- busca explicar todo lo social desde el modo de producción.

Es falso creer que el único eje de conflicto es el de clase

Asimismo, dicho lo anterior, tampoco tendría sentido afirmar que el antagonismo de clase, que tiene como base una apropiación desigual del excedente productivo –es decir, lo que sobrepasa el valor estrictamente necesario para mantener en pie a la fuerza de trabajo-, sea el único eje de conflicto posible.

Tranquilamente podría plantearse la existencia de otros ejes de conflicto y de dominación como la autoridad colectiva, la subjetividad y el sexo, tan sólo que habría que explicar su convivencia estructural; es decir sus relaciones dentro del orden social.

Aníbal Quijano, por ejemplo, tiene planteamientos interesantes al respecto, perfectamente compatibles con una perspectiva filosófica materialista, en el sentido marxista del término.

Leer en serio a Marx y no buscar dogmas ni profecías

En síntesis, si uno estudia con calma las obras de Marx y Engels puede ir dándose cuenta de que muchos de los sentidos comunes que presentan al marxismo como un pensamiento caduco, profundamente equivocado, no son ciertos.

Si uno realiza una lectura seria de la obra de estos autores y de los que los sucedieron dentro de la misma perspectiva filosófica, y si lo hace no buscando dogmas ni profecías sino criterios que orienten el análisis de la realidad, que exigirán creatividad e investigación, entonces encontrará que mucho de lo que se decía era mentira, o era verdad a medias, y que podemos encontrar más respuestas de lo que nos imaginábamos (y más preguntas, que es mejor). La invitación está hecha.

Imagen tomada de: www.jjcc.cl


Escrito por

omarcavero

Licenciado en Sociología y Magíster en Economía. Docente en la PUCP. Militante del Movimiento Socialista Emancipación.


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Lo estamos pasando muy bien.

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