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Lo que nos mata no es el virus

Las bases sociales de la crisis y las verdades que saltan a la luz - Parte 1

Publicado: 2020-05-17

Ante un fenómeno nuevo y altamente disruptivo, como es la actual pandemia, que ha alterado sustancialmente el estilo de vida de toda la humanidad en tan solo unos meses, es natural que se construyan explicaciones informales sobre lo que estamos viviendo. Son intentos de reducir la incertidumbre. En nuestro país, aquel sentido común tiene algunos elementos distinguibles.  

Escuchamos con recurrencia que la crisis tiene su origen en un virus invisible frente al que nos encontramos en guerra. Esa guerra, se añade, nos ha permitido notar los diversos problemas que ya padecíamos, sobre todo en materia de salud. Se suma a lo anterior la certeza de que la vida no volverá a ser la misma que conocíamos, que esta pandemia es un punto de inflexión.

¿Pero en qué consiste propiamente esta crisis? ¿Es factible decir que el virus es la causa? ¿Qué es lo que nos permite ver de la sociedad en la que vivimos, que antes no era tan evidente? ¿Qué podríamos esperar en el corto plazo? El papel del análisis científico consiste en ir más allá de los sentidos comunes. Su aporte es superficial o nulo si solo suma datos estilizados a lo que ya se creía cierto o si se deja ganar por el imperativo técnico de proponer políticas sin haber entendido los fenómenos.

A continuación, realizaré un análisis de las bases sociales de esta crisis y mostraré, a partir de considerar aspectos como la salud, el empleo y la alimentación, cómo queda en evidencia que la principal causa de la crisis la encontramos en la forma capitalista de organizar la sociedad. Esta conclusión, que podría parecer dogmática, se encuentra lejos de ser una consigna: es el resultado de un estudio atento de los hechos que todos vivimos.

El artículo se divide en dos partes, para facilitar su lectura y difusión. Esta es la primera entrega. Mi expectativa es que saquemos aprendizajes de lo que estamos viviendo y nos preparemos para lo que viene de inmediato. Si se trata de una guerra, pues identifiquemos con claridad al enemigo y sepamos bien quiénes están en nuestro bando. Como veremos, el enemigo no es el virus.

La crisis es un fenómeno social, no biológico

La crisis es un hecho objetivo, indiscutible. Lo es también la existencia de un virus que ataca a los seres humanos. No obstante, la forma en que ese virus se expande y los estragos asociados a su expansión, no pueden explicarse por la sola existencia del COVID19. El virus no explica la crisis. El mismo virus en un tipo de sociedad distinto, tendría efectos diferentes. El éxito o el fracaso de las medidas adoptadas por un país u otro es evidencia de ello. La crisis es, pues, social y debe ser explicada socialmente.

La tarea es difícil pues no es posible la distancia histórica. Estamos viviendo los acontecimientos. No obstante, hay un efecto dialéctico en todas las crisis y que podemos aprovechar. Los relatos ideológicos habituales y las instituciones vigentes, que tienden a ocultar los aspectos problemáticos de la realidad social, son llevados al límite. Los antagonismos saltan a la vista. Lo que dábamos por sentado de pronto es puesto en cuestión.

Siguiendo esta pista, es posible distinguir dos niveles o capas nuestro análisis. El primero es el sistema económico global. Lo económico es central pues el reto principal que impone la pandemia es el de asegurar recursos suficientes para mantener la vida y para proteger la salud. Por supuesto, la alusión a este aspecto tiene poco que ver con la visión económica convencional. No es un problema de mercado, sino de organización social de la producción y de la apropiación de lo producido.

El segundo nivel, de menor escala, es nacional. El sistema global tiene expresiones nacionales específicas, determinadas por múltiples variables como el Estado, la cultura, las relaciones de fuerzas, la matriz productiva, etc. En este nivel nacional toma forma el sistema global. En otros términos, la sociedad peruana no puede entenderse si no es como una expresión específica, con particularidades domésticas, de la sociedad global. Veamos qué encontramos al hacer un recorrido rápido entre la diversidad de aspectos de la crisis que vivimos.

La negación del bienestar general como punto de partida

El sistema económico en el que vive la enorme mayoría de la humanidad es el sistema capitalista. Este es un hecho tan objetivo como la existencia del virus mismo. Estimado lector, sospeche usted del economista que quiera negarlo, del mismo modo en que dudaría de un médico que niegue la realidad del COVID19. Partir de este hecho es vital pues permite notar que uno de los pilares de este sistema es la razón primordial por la que el virus ha sido tan difícil de controlar. La sociedad capitalista pone en el centro el interés privado y aquel principio es la negación del bienestar general.

Esta no es solamente una preocupación moral. La organización social capitalista destina todos los recursos de la sociedad a la acumulación privada. El papel redistributivo de los Estados es auxiliar y cada vez más limitado, de modo que no niega esa realidad. La fuerza de trabajo disponible, los recursos naturales y todo el conocimiento se encuentran al servicio de procesos que tienen como punto de llegada el crecimiento del capital.

Hoy el lucro privado, la acumulación creciente de capital y la competencia mueven la maquinaria económica. Esta es, dicho sea de paso, la explicación central detrás de la necesidad del crecimiento económico constante. La fantasía difundida por los teólogos del libre mercado es que esta lógica traerá automáticamente el bienestar general una vez se alcance el equilibrio de todos los egoísmos. Como es usual, las crisis echan abajo esas alucinaciones.

Basta con notar cómo la primera reacción de la mayoría de países ha sido apelar al Estado para que encuentre soluciones, abandonando el fundamentalismo neoliberal (al menos temporalmente). Ha sido muy común el recurso a la retórica de guerra. La razón es simple. Ante un virus que amenaza a toda la sociedad, la intuición manda que todos los recursos de la sociedad se pongan a disposición de esa lucha. Si hay alimentos, que se usen para que la gente coma. Si hay respiradores mecánicos, que estén a disposición de todos los que enfermen. Se impone pensar en el colectivo. Las respuestas de mercado son, pues, inútiles, tanto como las salidas individuales.

No obstante, esa apelación desesperada al Estado encuentra a un aparato público anulado desde el inicio. Es así porque el Estado de la sociedad capitalista no es otra cosa que expresión de esa sociedad. Tenga mayor o menor capacidad de intervención en la economía, depende materialmente de la acumulación de capital, tiene instituciones hechas para garantizar el enriquecimiento privada y es producto de las relaciones de fuerza de una sociedad donde la clase capitalista tiene la última palabra en la economía y -casi siempre- también en la política.

Dicho de otro modo, el Estado no es capaz de poner en el centro una racionalidad colectiva que asegure el bien común y al tratar de hacerlo se encuentra con límites infranqueables. No es casual que los países centrales del capitalismo, incluso aquellos que han mantenido aspectos del Estado de bienestar de posguerra, se hayan visto rápidamente sobrepasados por el virus. Esto podemos notarlo al revisar las características de la crisis en aspectos como la salud, el empleo y la alimentación.

La salud como mercancía

En la retórica militar, los médicos y enfermeras se encuentran en la primera línea de combate. El virus interpela de forma directa a los sistemas de salud. Es cierto que afrontar la pandemia requiere de forma muy específica de ventiladores mecánicos, equipamientos propios de los cuidados intensivos, pruebas de descarte y equipos de protección sanitaria para el personal médico. Esa necesidad tiene dimensiones que están por encima de lo previsible en condiciones normales y aquello pone en problemas a cualquier país.

Sin embargo, la mayoría de países han tenido que enfrentar el problema de contar con sistemas de salud altamente heterogéneos, precarizados por la presión constante del sector privado. Esto es más claro en los países de la periferia, como el Perú. Aquí el sistema público tiene niveles de precariedad sumamente altos que hacen del colapso su condición normal. Es común, hace muchos años, escuchar que hacen falta camas de emergencia, que pacientes mueren por falta de atención y que no hay equipamiento básico ni siquiera para cirugías simples.

Esa precariedad es el principal incentivo que aprovecha la salud privada para tener mercado. Seguros, clínicas, laboratorios, farmacias y funerarias han acumulado jugosas ganancias con el negocio de la salud, gracias al temor que genera el sistema público y su poca capacidad de atención. Esta colonización de la salud por la lógica capitalista, que la convierte en una mercancía como cualquier otra, no solo tiene como resultado que el acceso a la salud deje de ser universal y su acceso sea profundamente desigual; conlleva también que los intentos de reforma se enfrenten con poderosos lobbies y que el propio sistema público se corrompa. 

La compra de insumos médicos, la tercerización de servicios, el uso de determinadas medicinas, etc., son oportunidades de negocio y como tales son aprovechadas por la competencia capitalista, que no tiene problema alguno en recurrir a sobornos o a infiltrar a sus agentes en los ámbitos de la burocracia donde se toman decisiones. Es hora de entender que la corrupción es un problema sistémico, no moral.

Del mismo modo, el abandono del personal médico en el sistema público es un incentivo para que el mismo personal se desempeñe en el sector privado intentando compensar sus bajos ingresos y reproduciendo, según sus posibilidades, la misma lógica de acumulación. Es común que los médicos de clínicas reciban comisiones por los exámenes que ordenan realizar o por los medicamentos que prescriben y que realicen operaciones onerosas sin ser necesarias. Los incentivos al beneficio propio hacen funcionar toda la cadena y llevan a que el pequeño se sienta igual al grande, depredando todo lo que está a su alcance. 

El enemigo central de esta “primera línea de combate”, no parece ser el virus.

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La parte 2 puede leerse aquí.


Escrito por

omarcavero

Licenciado en Sociología y Magíster en Economía. Docente en la PUCP. Militante del Movimiento Socialista Emancipación.


Publicado en

Lo estamos pasando muy bien.

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